I
La batalla del mundo actual, esa eterna tensión entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados, dominadores y dominados, tiene su terreno más fértil, más fecundo, en la lucha de las ideas: lo cultural. Desde la conformación del Estado Moderno como instrumento de hegemonía, las diferencias locales y regionales fueron absorbidas por un nuevo sistema de organización. Martín-Barbero establece como pilares de esta institucionalidad dos ejes: Integración Horizontal, en el cual "el Estado que se gesta muestra progresivamente su incompatibilidad con una sociedad polisegmentaria (…)
Los fueros y particularidades regionales, en que se expresan las diferencias culturales, se convierten en obstáculos a la unidad nacional que sustenta al poder estatal" (1998). La hegemonía naciente con el Estado-Nación burgués, se valió de la supresión de la tradición de lo local para edificar una nueva identidad basada en la centralización política y la unificación cultural. Por otra parte la Integración Vertical donde "cada sujeto es desligado de la solidaridad grupal y religado a la autoridad central. Desligamiento que al romper la sujeción al grupo 'liberaba' a cada individuo convirtiéndolo en mano de obra libre, esto es, disponible para el mercado laboral" (Ibíd. Subrayado nuestro). La idea de la forma de producción que acompaña la génesis del Estado Moderno es fundamental a la hora de entender las dinámicas de lucha de las sociedades contemporáneas.
Los fueros y particularidades regionales, en que se expresan las diferencias culturales, se convierten en obstáculos a la unidad nacional que sustenta al poder estatal" (1998). La hegemonía naciente con el Estado-Nación burgués, se valió de la supresión de la tradición de lo local para edificar una nueva identidad basada en la centralización política y la unificación cultural. Por otra parte la Integración Vertical donde "cada sujeto es desligado de la solidaridad grupal y religado a la autoridad central. Desligamiento que al romper la sujeción al grupo 'liberaba' a cada individuo convirtiéndolo en mano de obra libre, esto es, disponible para el mercado laboral" (Ibíd. Subrayado nuestro). La idea de la forma de producción que acompaña la génesis del Estado Moderno es fundamental a la hora de entender las dinámicas de lucha de las sociedades contemporáneas.
El sistema capitalista de producción basa su constante crecimiento en la explotación y alienación del hombre. Un pequeño grupo se adueña de los medios de producción, genera y acumula riquezas a partir del trabajo asalariado de la gran mayoría. La clase dominada vende su fuerza de trabajo de manera "voluntaria", de modo que el estado se reviste de una aparente libertad que demarca la inclusión o no al sistema, asumiendo que el que no pueda acceder a lo material padece de mala suerte o de falta de pericia, pero ha sido libre. "Morirse de hambre o ser explotado" es la rúbrica en letras pequeñas que encierra la libertad del estado burgués. Este proceso económico tiene su sedimentación en un entramado político y cultural que legitima el sistema de explotación en sí. Los teóricos de Frankfurt, Adorno y Horkheimer, hablan de "Unidad de Sistema". El capitalismo ha tratado de hacernos ver que una cosa es el trabajo y otra muy distinta es el ocio, sin embargo, de acuerdo a la teoría de la "Unidad de Sistema" estos dos dispositivos trabajan articuladamente haciendo que el entretenimiento, la información y demás artilugios para satisfacer el supuesto "tiempo libre", no sean más que un mecanismo para el adormecimiento de la sociedad y su capacidad subversiva.
Una de las principales victorias de la clase hegemónica burguesa radica en conseguir que los dominados asuman los códigos culturales de la élite como propios. La concepción de un sistema-mundo basado en las relaciones de desigualdad como destino natural e irremediable de la clase oprimida es el guión que imparten las instituciones del poder tradicionales: la escuela, la iglesia y, sobre todo hoy en día, los medios de comunicación de masa. Saberes y prácticas culturales son elementos constitutivos del poder. El carácter político de la cultura radica en su estrecha relación con los mecanismos de dominación. La lucha de los discursos, el poder del saber que se instituye y autoriza, en suma: "la voluntad de verdad como prodigiosa maquinaria destinada a excluir", funciona de báscula legitimadora de un orden particular, que naturaliza en los sujetos la aceptación de su realidad social y subjetiva (Foucault, 1996). Entendido esto, queda claro que la noción de hegemonía reposa sobre la compartición de los códigos que la generan. En este sentido la ruptura del orden hegemónico capitalista, por parte de las clases oprimidas, pasa necesariamente por una respuesta cultural. Es un ejercicio dialéctico: es impensable una revolución política que no sea concebida desde lo cultural, así como tampoco existe la posibilidad de una transformación cultural que sea ajena a la política.
II
El concepto de resistencia es inherente a los grupos oprimidos. Los factores hegemónicos de dominación encuentran réplicas desde el seno mismo de su dinámica excluyente. Los "otros", los dominados y explotados, suelen rebelarse continuamente ante la situación de vejación que los embarga. Pero esta rebelión se da en condiciones de profunda diferencia en la capacidad de acción: la lucha nunca es igual. Es por ello que los sujetos oprimidos buscan formas alternativas de lucha para contrarrestar la fuerza totalitaria del bloque hegemónico dominante. En el plano de la comunicación, los massmedia han asumido la bandera cultural de la dominación. Su estrecha relación con la clase política y económica consolida la noción de esta "Unidad de Sistema". Y es en este enfrentamiento que nace la necesidad de buscar mecanismos que, desde la asimetría del poder, rompan con la situación de pasividad a la que ha sido arrojado el sujeto, para que se convierta en protagonista de su emancipación desde la construcción de un discurso propio y, de ser necesario, contraofensivo.
El término "guerrilla comunicacional" fue acuñado por primera vez por el académico italiano Umberto Eco, refiriéndose a la única vía posible para escapar del carácter omnímodo y alienante de los medios de comunicación. Ante la supremacía del poder de los medios, Eco propone una acción para transformar a los receptores en actores que controlen las posibilidades de la interpretación de los mensajes mediáticos: "El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva" (1987. Subrayado nuestro). El término guerrilla alude a la formación de resistencias alternativas ante un poder absolutista y despótico, que en este caso no es otro que el de los medios masivos que transmiten mensajes teñidos de intereses políticos, económicos e ideológicos en toda la población receptora.
La guerrilla comunicacional, como dispositivo contrahegemónico, rompe con los códigos y los valores de la comunicación que nos ha vendido el capitalismo. Cambia los valores monológicos, impositivos y unidireccionales sobre los que está basado este modelo de comunicación capitalista y propone la expresión libertaria y diversa de las voces y los mensajes de un colectivo que, hasta el presente, sólo había visto en esta ventana de la comunicación una representación que de sí mismo les vendía la élite detentora de los medios de producción y comunicación. El ejemplo por antonomasia es la telenovela como género harto difundido y promovido por los medios, género que se basa en un juego de roles bien delimitados a partir de las clases sociales, representadas mediante el melodrama y la repetición. Mención especial merecen las estrategias de información que los noticieros tradicionales esgrimen para imponer su noción de verdad, una verdad teñida de manipulación que obedece a los intereses inherentes de la clase dominante.
La guerrilla comunicacional combate desde el día a día de la gente estos discursos que la hegemonía mediática ha inoculado en la cotidianidad. El protagonismo de las clases subalternas, no ya representadas por estilizados actores de la pantalla chica, se manifiesta en la toma del control directo y actuante sobre la realidad. Las expresiones de descontento, las denuncias, las iniciativas creativas de consignas o pintas, la participación y creación de radios y televisoras, la producción de guiones y programas que expresen un sí mismo colectivo y polifónico, son algunas de las acciones que avanza la contraofensiva comunicacional. Guerrillas, sí, por asimetricas, resistentes y movilizadas. No se concibe la comunicación como un centro de poder que irradia verdades, sino como focos múltiples de discursos latentes y agentes de cambio, desde la asunción de lo local y lo propio como dispositivo transformador.
Las relaciones de poder que la transmisión de signos y códigos desde los medios ha naturalizado como únicas, son ahora relativizadas y superadas. El uso de los medios como fin en sí mismo para ser y decir "la verdad" revelada por los dueños del poder, la concepción manida "el medio es el mensaje", se vuelca a su real y necesario cambio: el medio como un medio, medio de transformación, de resolución de problemas, de crecimiento y solidez colectiva. La disputa por los sentidos se bate entonces desde las identidades en pugna de los grupos dominados, que buscan hacerse desde el decirse, sin mediaciones ajenas al entramado cotidiano y comunitario de la realidad social. Los medios como transformadores permiten rescatar la realidad como verdad a construir y mejorar, y no más como una representación artificiosa, consumible y comerciable sin derecho a cambio ni devolución.
III
En Venezuela la noción de guerrilla comunicacional es un concepto que se ha empleado en la práctica desde hace más de veinte años. La mediación que ha logrado generar la población, el entendimiento de los códigos generados por los medios de comunicación de la oligarquía, es el principio sobre el cual se basa la primera fase de este combate. Esta situación debemos valorarla aún más desde la desigualdad y la indefensión a la que había sido sometido el pueblo frente a la televisión, principal exponente de esta arremetida uniformadora del capitalismo. En el caso de la familia, el sistema que arroja a madres y padres al trabajo constante para poder llevar sustento al hogar, arroja a los niños a la "niñera catódica". Los niños venezolanos pasan mucho más tiempo frente a la televisión que en las aulas de clases o recibiendo educación familiar. Esa "Unidad de Sistema" funciona a la perfección explotando y alienando con precisión suiza.
La necesidad de entender la dinámica de asimilación de los mensajes y producir alternativas desató en el país una gran escuela práctica que transgredió la voluntad dominante, y abrió una senda de libertad en la sociedad organizada. La guerrilla comunicacional se instauró en Venezuela desde hace mucho tiempo en la voluntad de organización y de resistencia estoica del pueblo ante la arremetida del aparato de violencia cultural que planteaba la hegemonía de turno.
Lejos de promover la violencia, el plan piloto de Guerrillas Comunicacionales, recientemente creado por el Gobierno del Distrito Capital de Venezuela, consiste en la implementación de un plan de formación en las áreas de video y televisión, radio y producción de contenidos sonoros, comunicación visual, web, multimedia y periodismo popular, dirigidos a grupos de jóvenes que de manera voluntaria decidan participar. La politización de los jóvenes es temida por los dueños del poder comunicacional, pues se avizora contestataria y rebelde, cualidad que se han encargado de cercenar y simplificar al máximo a través de su programación. Las Guerrillas Comunicacionales usan como "armas": lápices, pinturas, cámaras y grabadoras, partiendo de las experiencias urbanas que se vienen dando en las diferentes ciudades de Venezuela. El gobierno plantea articular estas experiencias con las necesidades para su organización y permanencia.
Desde el inicio del gobierno bolivariano, los medios privados de comunicación, luego de que les fuera negada la acostumbrada cuota de poder delgada desde el Estado a sus oficinas por los presidentes anteriores, se empecinaron en orquestar una campaña política de desprestigio y combate abierto al gobierno. Suplieron así a los ya estertóreos partidos políticos de derecha, para generar un sistema de ataques basados en la manipulación reiterada y extendida en prensa, radio y televisión, valiéndose de los monopolios mediáticos (y de producción en general de la "representación de la realidad") de unas cuantas familias. En el año 2002, con el apoyo permanente del gobierno estadounidense de turno, efectuaron un fallido golpe de estado mediático. Lo ocurrido en abril de 2002 constituye un pasaje indeleble en la historia de la guerra de cuarta generación en América Latina. La convocatoria al enfrentamiento civil, la posterior descontextualización de imágenes y sonidos para inculpar a sectores asociados al gobierno y el ocultamiento deliberado de situaciones de resistencia popular, fueron algunas de las tácticas esgrimidas por los medios. Al cierre del canal del Estado por líderes golpistas, sólo las radios, televisoras y periódicos comunitarios pudieron transmitir la realidad de lo que estaba pasando en el país. Por supuesto, en el exterior la "verdad" de los medios privados nacionales era la que reverberaba. No olvidemos que funcionan como apéndices de una maquinaria trasnacional ideológica de mercado.
¿Cómo hacer frente a este aparato aniquilador de sentidos? ¿Cómo defender la multiplicidad de voces de la máquina del capital? Las luchas de resistencia deben ser comunicacionales, simbólicas, culturales. Los pueblos organizados, movilizados y atentos a los cambios son un arma en sí misma. Protagonistas y usuarios de los medios, no ya cifras ni consumidores. La guerrilla comunicacional ejerce la agencia del oprimido que se dice, desde su lugar de vida, desde su subjetividad liberada y desde su conciencia social.
Eco, Umberto. (1987): La estrategia de la ilusión, Buenos Aires, Lumen/de la Flor.
Foucault, Michael. (1996): El orden del discurso, Madrid, La piqueta.
Martín-Barbero, Jesús. (1998): De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, México, G. Gili.